quinta-feira, 12 de junho de 2008

Don Quijote de La Mancha __Profa. Aline

En un lugar de La Mancha, vivía un hidalgo. Tenía en su casa una ama, una sobrina y un mozo. Ese hidalgo tenía sobrenombre de “ Quijada o Quesada. El daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías.
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y descentrarles el sentido. Él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio.
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en Edmundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos y después fue luego a ver su rocín que vino a llamar Rocinante.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmádose a sí mismo, se dio a entender que no faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorase, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamiento; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla “Dulcinea del Toboso” porque era natural del Toboso.

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